21 noviembre 2008

Un libro olvidado entre las manos

Esta tarde, al despertar, se dio cuenta de que tenía un libro entre las manos. No recordaba de qué trataba. Lo tenía que haber leído hace poco, pero le parecía algo extraño entre sus manos. Su autor no le decía nada, era un nombre extranjero y no tenía ni idea de cómo había llegado a su casa. Desde hace un tiempo se quedaba dormido en la butaca y al despertar se encontraba con un libro en el regazo, como llegado del cielo.
Nunca había sido un lector de novelas. El portero le pasaba aquellas novelas del Oeste que devoraba mañana y tarde, y él, nunca se atrevía a decirle que no las soportaba. Las dejaba encima del aparador, y al cabo de unos días cuando calculaba un tiempo prudente se las devolvía.
En propiedad había que decir, que había sido lector de una novela, una única novela, que releía a menudo y llegaba a recitar de memoria capítulos enteros. Aún recuerda la historia del chino premiado con la flor de Lis en aquellos juegos florales, cuando: "se levantó desde el fondo de la platea a recoger su galardón, con la cara de chino que ponen los chinos cuando llegan temprano a su casa, dejando atónito a todo el público asistente". No se cansaba de García Márquez en su “Amor en los tiempos del cólera”. A cada frase le encontraba varios sentidos y aunque se la sabía casi de memoria, tenía que releer lentamente para disfrutarla.
Más bien era lector de periódico, esperaba con ansiedad la columna de González-Ruano, y después se pasaba a los anuncios necrológicos. Le entretenía el buscar los apodos de los difuntos. Tenía una colección de motes recopilados de sus muchos años de lector. En una época llegó incluso a viajar a provincias para buscar en los periódicos locales los alias que echaba de menos en los de la capital. Prefería los asturianos y sobre todo los del Oriente, en ellos encontraba necrológicas de un gran número de indianos, que a pesar de haber pasado media vida en las Américas, a la hora de viajar al otro mundo, mantenían el sobrenombre con el que fueron conocidos en el terruño donde habían visto la luz.
En tantos años de necrológicas, no perdía la esperanza de encontrar el lema apropiado para su epitafio. Aunque ya guardaba uno en reserva, sus amigos le comentaban que tenía que pensarlo detenidamente; al fin y al cabo era para toda una eternidad, y con la quiebra reciente de las fábricas de pantalones vaqueros, aquello de: “nunca usó vaqueros” perdía un poco su sentido.

19 noviembre 2008

Desde mi butaca




A Nofret

Hoy he visto perderse el perfil de los árboles en el horizonte, al principio se recortaba sobre un cielo rojizo que poco a poco pasó a gris y al momento dejó de verse, se fue como por ensalmo. Son encinas, robles y fresnos. Los fresnos y robles parecen fantasmas desnudos al perder las hojas. Sólo destaca el porte de las encinas, sus copas grandes, redondeadas, me señalaban el horizonte sobre el cielo que ya presagiaba el agua.
La lluvia empieza a caer lentamente y la música de las canales suena intermitente. Ahora tras la ventana sólo veo oscuridad, como si la oscuridad se viese; pero el cantar de la lluvia, me dice que existe, que fuera está la lluvia y algo más. Deben seguir los árboles aunque no los vea, hay cosas que están sin ser vistas. Debe seguir el aguilucho que caza en el prado vecino, ¿tendrá un lugar donde refugiarse de la lluvia? o como hace a veces, ¿se subirá al palo más alto de la cerca o se esconderá entre el follaje de las encinas? Deben seguir los petirrojos, que durante el día revolotean por el prado buscando su comida. ¿Dónde se refugiarán los topos en la tierra encharcada? ¿Encontrarán cobijo bajo las piedras del muro, o se esconderán bajo el porche de la entrada?
La lluvia cae lentamente, es un agua tranquila que empapa la tierra, el sonar es suave, a veces parece perderse en el silencio de la casa. !Qué dicha no tener televisión!, poder oír el ritmo de la lluvia que suena en las canales y en otros momentos se hace casi inaudible.
Este otoño vino lluvioso, ha sido un buen año de setas. Las lepiotas se han criado hermosas, era una delicia entreverlas bajo las encinas, junto a las lepistas y champiñones.
El acebo ha echado hojas nuevas, hojas tiernas, de un verde claro entre las bolas rojas y las hojas viejas, oscuras.
La camelia está repleta de capullos, promesas de flores grandes para que cuando lleguen los fríos del invierno adornen la portada con su color grana.
Los rosales ya los he podado, están preparados para la invernada, y los cerezos tienen su copa formada, esperando con sus yemas llenarse de cerezas esta primavera.

15 noviembre 2008

Mientras acariciaba


Mientras acariciaba el mudo instrumento musical, recordaba las mañanas de los domingos cuando entraba en la Plaza Mayor a escuchar los pasodobles que desde la glorieta tocaba la banda del pueblo. Se colocaba bajo la gran palmera que vio crecer desde pequeña; en aquel entonces, para protegerla le ponían un barril de madera alrededor y hoy ya superaba la altura del ayuntamiento.
Este mediodía, seguía el compás de la música por los movimientos de la batuta del director. El pasodoble lo recordaba de memoria, pero un movimiento brusco le delató que algo había cambiado.
Entonces vino a darse cuenta de que los músicos eran otros, en lugar de sus uniformes azul oscuro con las charreteras doradas como generales sin mando, la banda vestía de colorines variados. Una gama de verdes, rojos y amarillos daba tal colorido a la glorieta que pareciera que el arco iris de Noé se hubiese posado sobre ellos. No podía explicarse cómo no lo había visto anteriormente. Era dura de oído desde que pasó las paperas, pero la vista la tenía como los linces.
Hizo un recorrido mental de sus pasos esa mañana; se había levantado con el pie adecuado, el derecho; pero ese no fue el caso cuando pisó la calle tras el escalón de su casa. Recuerda muy bien que tuvo que volver a echar el pie al darse cuenta de que pisó con el izquierdo. No le dio importancia en principio, pero un resquemor le quedó en su mente.
Cuando caminaba por la calle Ancha camino de la Plaza Mayor, se cruzó con Juan que siempre la saludaba, y hoy volvió la cabeza como si no la viese. Juan era un antiguo pretendiente que sin saber la causa no llegó a cuajar, pero nunca le había negado el saludo. Quiere incluso recordar una época, en que Juan le acompañaba en el paseo hasta el templete de los músicos y allí se despedía. A él no le iba la música cargada de bombo.
Al entrar en la plaza, no lo hizo como siempre por el lado de la palmera. Sin saberlo, se encontraba junto a los pacíficos, esos que iban cambiando de color con el tiempo: empezando con flores blancas y acabando rosadas antes de marchitarse.
De pronto miró alrededor y vio a otras gentes, como de otros sitios, con otros ropajes; unos llevaban chaqueta pero con pantalón corto a la rodilla, otros un traje talar, el de más allá se cubría con un sombrero a lo tejano, el otro vestía como un arlequín; el cura parecía un canónigo con los botones de la sotana rojos, y el guardia civil con su tricornio llevaba unos bigotes tan enormes que le salían al mirarlo de espalda.
En ese momento al ver los bigotes tan hermosos, cayó en cuenta de que había llegado don Carnal, y ella no sabía cómo había sido.

09 noviembre 2008

Los olores que le eran tan queridos




Le gustaba recordar el olor de su Juan cuando volvía de trabajar en la sierra. Era una mezcla a tomillo, macho y romero que le trasmutaba su ser. Hoy, hace años de aquello, aún lo huele cuando se va a la cama algunos días de invierno, entonces la soledad del fuego en la chimenea le trae recuerdos de aquellos tiempos felices en la crudeza de la vida.
Fueron unos años maravillosos, su Juan trabajaba en la sierra destilando aromas de tomillo y romero, ella mantenía la casa como una patena. Cuidaba su maceta de albahaca y al hacer la cama, colocaba unas hojas bajo la almohada para que el olor a macho de su Juan no le hiciese perder el control rápidamente. Le gustaba disfrutar con lentitud de las sensaciones y olores que le traía su Juan.
Aunque Juan era callado, le adoraba por muchas razones; esa calma que se respiraba a su lado le traía recuerdos de los primeros días de relaciones. Juan llegaba, se sentaba cerca de ella en aquel poyete del cortijo y sin saber cómo, le entraba un temblor en el labio que no podía parar. No mediaban palabra alguna, pero el sentir era mutuo. Juan con su mirar se lo decía todo, y ella con su temblar le contestaba.
El cortijo era una casa pequeña, los dos cuartos con las ventanas a la fachada y un poyete siempre blanqueado donde sentarse a la recacha en los días fríos del invierno; la mar a lo lejos y el Cerro las Puertas enfrente. Su madre, siempre atareada, cuando no preparaba el horno para el pan hacer, buscaba cigarrones para el pájaro perdiz o llevaba la cabra a los pastos tras el cortijo, les dejaba a ellos pelar la pava con toda la tranquilidad de la sierra.
Desde aquellos días primerizos tenía los olores de su Juan en el recuerdo, una mezcla a sierra y hombre que desde entonces le acompaña en tantos avatares como le ha llevado la vida.
Los años con su Juan corrieron como la espuma, se pasaron en un sin sentir. Qué pena no recodar sus andares, los rasgos de su cara que se desdibujan con los años. Ojalá los recuerdos fueran como los olores, que quedan grabados en algún rincón y no se borran; parece que están escondidos y cuando vuelve uno, vuelve todo lo que le rodeaba.
Hoy, al oler a tomillo, le vino el recuerdo completo de su Juan, con todos sus olores y sentimientos; pareciera que lo tenía a su lado en aquella cama grande con olor de albahaca.

01 noviembre 2008

El chocolate del loro



El Ayuntamiento de Nerja vende el agua del pueblo por 25 años.

Con la que está cayendo

No estamos de acuerdo con aquello de “ en tiempos de tribulaciones no hacer mudanza”.
Tenemos que cambiar los modales, no es posible seguir con el modelo “gilista” de gestionar nuestros ayuntamientos.
No entramos en los numerosos casos de corrupción de la administración municipal en tantos pueblos de España de toda clase de ideología política, labor que esperamos vaya poco a poco cayendo en manos de la justicia.
No podemos permanecer callados, cuando una vez acabado el becerro de oro del boom inmobiliario, vemos cómo nuestros pueblos venden sus riquezas para seguir montados en el mismo tren de derroche y endeudamiento.
El loro está tan repleto de chocolate que ya no puede volar.
No es de recibo que sin ningún control externo, los miembros de un Consistorio se reúnan para ponerse el sueldo a cobrar. ( alcaldes que se ponen sueldos mayores que los ministros )
Hemos conocido pueblos endeudados por gastos sin ninguna necesidad, la lista puede ser interminable:
Cerrar el paseo público para reunirse a comer ellos, a cargo del consistorio.
Cambiar toda la rotulación de las calles, copiando lo mismo que hacen otros, sin tener en cuenta que la rotulación existente hacía su función extraordinariamente.
Renovar las marquesinas de las paradas de autobuses estando nuevas las recién puestas.
Sacar, meter y volver a sacar en las aceras según capricho los contenedores de basura.
Sacar, meter y volver a sacar las paradas de autobuses de las aceras.
Renovar los mármoles del ayuntamiento sin motivo aparente.
Cambiar el enlosado de paseos, aunque el anterior fuese artístico y en buen estado.
Vender todos los solares de aprovechamiento urbanístico, y dilapidar el patrimonio común.
Vender riquezas naturales como el agua, creando empresas mixtas en la que colocar como consejeros a medio ayuntamiento. En el último caso que conocemos la empresa tendrá 12 consejeros ( Ni un consejo ministerial de un Estado ).
El listado puede ser infinito.
Pediría por lo menos, que se reformase la normativa para que los Ayuntamientos no pudiesen retorcer la ley y vender el patrimonio mediante la creación de empresas mixtas; y exigir un control externo para sueldos y prebendas, y así no tener que pleitear por ver qué alcaldes tienen más consejeros o sueldo más elevado.