27 julio 2011

Castillejos. Sierra Almijara, Nerja

Bendito taró que nos muestra tanta belleza.











Bien puede hacer medio siglo de la primera vez que subimos a los Castillejos: Frasquito “el Colorao” (q.e.p.d.), mi compadre Domingo Platero, Antonio Carrillo (q.e.p.d.) y Miguel “el de la Plana” que suscribe. Fue la primera vez que vi lo grande que era el mar. El horizonte abierto, dejaba divisar todo el mar de Alborán, con las montañas del Rif africano a lo lejos, allá donde el agua se une con el cielo. Si la mar era inmensa, la tierra también era ancha. A poniente las cadenas de montaña perfilan sus siluetas: sierra Almijara, sierra de Cázulas, sierra Nevada y sierra de Lújar, todo un rosario de cadenas montañosas que ayer, cuando volví a subir, jugaban con el taró que entraba desde la costa, elevadas por encima de la niebla. A levante, la Cabeza del Caballo y la Cuesta del Cielo con el puerto de la Orza cierran el circo de montañas que rodean el nacimiento del río de la Miel.
Hoy la subida a los Castillejos es un paseo sencillo, una carretera asfaltada inicia su recorrido tras la cuesta Ana María en la nacional 340, en el mismo puente sobre el río de la Miel, y tras recorrer todo el valle hasta el Nacimiento, sube a la vertiente límite entre Málaga y Granada. Desde allí un carril de 800 m. nos acerca al pie de los Castillejos, y una trocha marcada por hitos asciende por el único acceso posible al Peñón.
Es muy fácil encontrar los restos del lienzo de muralla que cerraba la entrada, así como los tres aljibes, uno bien conservado con su bóveda de cañón levantada con la misma roca del terreno.
Lo más difícil para algunos es usar y disfrutar de todos los sentidos en la sierra: chocar dos piedras para quedarte con el inconfundible olor de los mármoles alpujárrides; tocar el romero y los diferentes tomillos para identificar sus perfumes; oler la Solarea bituminosa o el delicado Dianthus malacitanus (clavelina), y para los muy interesados, sorprenderse con los aromas de la Putoria calábrica. Escuchar el silencio de la montaña, o el cantar de las chicharras en verano que a veces te sorprende con su intermitencia. Tocar la superficie del lapíaz y deducir los surcos del agua. Saborear los dátiles del palmito, la única palmera autóctona de Europa, cuidando de mondarlos, y mirar, mirar a lo lejos, el mar y las montañas, los cortijos del nacimiento como un belén allí abajo, y los pinos colgados en las laderas de las sierras vecinas. Ver de cerca las una y mil florecillas de nuestro monte mediterráneo. Ahora sólo quiero destacar los acebuches (Olea europae var. sylvestris) hechos bonsais por el ramonear de las cabras y los palmitos enormes (Chamaedorea humilis) en medio de los tajos inaccesibles.

Bibliografía:
En la Reseña Histórica de Nerja de Alejandro Bueno. 1907, se cita a la fortaleza de los Castillejos como de origen árabe.
En Nerja: Guía del patrimonio histórico de Rafael Maura Mijares, se le cita como del siglo IX o X y controlada por el caudillo mozárabe Umar Ibn Hafsum.

17 julio 2011

Salares, corazón de la Axarquía.













En el corazón de la Axarquía, entre olivos, almendros, alguna higuera, y minúsculos huertos de naranjos; colgado en la ladera de la montaña, se encuentra Salares, la romana Salaria Bastitanorum. Un dédalo de callejuelas, con pendientes inverosímiles, tan blancas como la nieve, ajenas al ir y venir de los vehículos de motor. En cada esquina, un mosaico con la escena correspondiente del vía crucis, coronado con azulejos geométricos que delatan el mestizaje cultural de la villa.
En el centro del pueblo se levanta, cercenado su orgullo con un campanario, el alminar de la mezquita meriníe del siglo XIII- XIV. Nos gustaría aclarar que sólo es mudéjar el campanario añadido al alminar después de 1487 (año de la conquista), tres siglos más tarde que el propio alminar árabe.
Los alminares de Archez, Corumbela y Salares fueron declarados monumentos históricos nacionales en 1979, y aunque se encuentran señalizados dentro de la ruta mudéjar de la Axarquía, son muy semejantes a los meriníes de Tremecén en Argelia. En el siglo XIII la dinastía beréber de los Banu Marin, - Benimerines o Meriníes en castellano -, heredan el imperio almohade y permanecen en la península hasta el 1340 en que una coalición castellano-portuguesa los vence en la batalla del Salado. A ellos se deben los alminares de la Axarquía.
Salares con 204 habitantes, 109 hombres y 96 mujeres, tiene una población muy inferior a los 548 del año 1571 cuando fueron expulsados los moriscos. Los 47 extranjeros (datos del 2010) son reconocibles únicamente por el nombre foráneo en los buzones de correos de sus casas, pues mantienen el cuidado de macetas y el encalado de sus fachadas como los nativos.
Como pueblo axárquico que se precie, tiene su casa morisca- casa torreón- y su gran iglesia mudéjar en el solar de la antigua mezquita. En este caso debemos añadir el hermoso puente sobre el río Salares, para muchos si no romano, al menos medieval.
Aunque en estos últimos años los montes de la Axarquía se han llenado de casas para los turistas, aún queda algún cortijo con sus paseros (almijares) a la puerta, como el de la fotografía que he subido. La palabra almijar se perdió en el habla popular y pocos saben que fue la que dio nombre a la sierra Almijara. -sierra de paseros- donde aún hoy se colocan los higos y las uvas para secar al sol.

09 julio 2011

Frigiliana















Recordando a mi amigo Antonio Navas (q.e.p.d.) que luchó lo indecible por legarnos una Frigiliana en todo el esplendor de su belleza: el supo mantener la cal hasta el filo de la calzada, sin ningún tipo de zócalo de piedra o azulejo; un pueblo limpio de carteles publicitarios; las tiendas con su géneros en el interior, sin invadir la acera; el empedrado artístico de la calle, blanco y negro como las fachadas, blanco de la cal y negro de rejas y balcones; los azulejos con la historia de Frigiliana y mil detalles más de los que estaba siempre pendiente.
Y a las mujeres de Frigiliana, sabiendo que les han legado un pueblo único, lo mantienen, a pesar del esfuerzo de tener que salir a blanquear, cada vez que la lluvia mancha la fachada.
Nos duele una penosa remodelación de la plaza de la iglesia, que nos hizo perder el esquema de las constelaciones que estaban dibujadas en el suelo con piedras, ¡cuantas noches pasamos mirando al cielo y al suelo para seguir el movimiento de las estrellas!
Subo algunos azulejos que cubren los rincones de Frigiliana, para dar una idea del sentido cultural y artístico del alcalde Antonio Navas.

07 julio 2011

Entre el mar y la sierra. Maro












¿Vas a Maro?
¿A poner los huevos caros?
Decíamos de niño, cuando alguien iba a Maro desde Nerja.
A Maro se iba andando, corriendo, en bestias, o en una combinación, que podía ser un motocarro, la caja de un camión o raramente un turismo, cuando empezaron a aparecer los coches particulares por el pueblo. Mientras tanto era normal ir y venir de Maro con los zapatos en la mano y las alpargatas en los pies, para cambiarse al entrar en el pueblo.
Aunque Maro estaba muy cerca, cuatro kilómetros, a veces, la distancia era enorme, como cuando murió tía María y tuvimos que traer la caja a hombros, al cementerio de Nerja. En el turno del Santocristo, entró para ayudarnos el primo “Pasos Largos”, y llegamos al cementerio casi diez minutos antes que los dolientes, que iban siguiendo la caja a pie. Recuerdo que al mirar para atrás y ver tan lejos al duelo, decidimos poner a la difunta en el suelo y esperar al resto de amigos y parientes.
En Maro eran muy dados al ponche. Cuando hacíamos el recorrido con mi padre para visitar a tantas primas como tenía, en todas las casas me ofrecían un ponche.
-Niño, tómate un ponche, que es muy bueno pa’ hacer sangre,
El ponche era un gran vaso de leche de cabra con un huevo crudo y un chorreón de vino dulce. A mi, tal potingue me revolvía el estómago, pero me lo daban con tanto cariño que no tenía mas remedio que tomarlo, y a veces caían varios en el mismo día.
Maro, sigue siendo la isla de paz que fue siempre. Es un milagro que en plena costa, se mantenga la tranquilidad de pueblo pequeño. La única diferencia, con mis años mozos, es que ahora no se ven por las calles las enormes piaras de cabras de antaño, y a cambio se pueden ver algunos turistas despistados, sin saber donde mirar, de tanta belleza como tienen alrededor.
Hacemos votos para que Maro, ya que se salvó del arrollador “boom constructor” de estos años pasados, sepa conservar el encanto que tiene, y pueda seguir disfrutándose de su belleza por las generaciones venideras.